Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas aromáticas, ponía un único huevo, que empollaba durante tres días, y al tercer día ardía. El Fénix se quemaba por completo y, al reducirse a cenizas, resurgía del huevo la misma ave Fénix, siempre única y eterna.
...Como le sucedió a mi alma, lo que soy, la que soy... Me llevó más de tres días elaborar un nido, pero lo hice.
Las especias elegidas no fueron de origen vegetal, fueron de origen estelar, de polvo de estrellas, de polvo de tierra, de polvo eres y al polvo vuelves.
Somos polvo de estrellas, materia que flota compacta alrededor de un alma, por eso mi nido estuvo hecho de bellas personas que me dieron calor y luz. También lo entrelacé con hebras de un telar intangible y colorido que hizo trama conmigo y me sostuvo para que no me caiga, entre sus lazos descubrí mi propia hebra de luz.
El ritmo de trabajo fue abonado por los acordes de un piano que me recordó mi sonido personal, volví a escuchar mi propia voz cantando, cobijada por las alas de una hermosa cascada transparente.
Y mientras tejía mi nido, alrededor crecían mis flores, mis bellas flores fruto de mi propio polen transportado. Dos bellas especies aromáticas que perfuman mi vida desde que llegaron a ella.
Y hubo polvo de tierra, de suelo firme donde apoyarme, de miradas serenas y fuertes reflexiones, de apoyo incondicional.
Cuando todo estuvo listo puse mi huevo compuesto por cientos de palabras escritas, por miradas de niños y niñas, pequeñas supernovas incadescentes.
En su interior se cobijó mi alma y la niña que fui. Aletargada en la tarea de empollar para estallar fui consumiendo uno a uno mis miedos, dolores, heridas, rencores, juicios y prejuicios, desconfianza, desvalorizaciones y excesos hasta prenderme fuego y arder desmembrada en cenizas.
Creí que era todo, que ya no quedaba más, que moría... ¡Y en el momento exacto del último suspiro me encendí en llamas!
Largas lenguas de fuego quemando en mis entrañas me obligaron a tensarme y flamear con la ondulación de las salamadras que bailaban alrededor. En un instante perfecto, mis brazos se extendieron y mis alas flameantes se estiraron en toda su maravillosa extensión y renací de mis cenizas, nueva, fulgurante y refulgente, ardiendo nuevamente en mi propia flama.
El ritmo de trabajo fue abonado por los acordes de un piano que me recordó mi sonido personal, volví a escuchar mi propia voz cantando, cobijada por las alas de una hermosa cascada transparente.
Y mientras tejía mi nido, alrededor crecían mis flores, mis bellas flores fruto de mi propio polen transportado. Dos bellas especies aromáticas que perfuman mi vida desde que llegaron a ella.
Y hubo polvo de tierra, de suelo firme donde apoyarme, de miradas serenas y fuertes reflexiones, de apoyo incondicional.
Cuando todo estuvo listo puse mi huevo compuesto por cientos de palabras escritas, por miradas de niños y niñas, pequeñas supernovas incadescentes.
En su interior se cobijó mi alma y la niña que fui. Aletargada en la tarea de empollar para estallar fui consumiendo uno a uno mis miedos, dolores, heridas, rencores, juicios y prejuicios, desconfianza, desvalorizaciones y excesos hasta prenderme fuego y arder desmembrada en cenizas.
Creí que era todo, que ya no quedaba más, que moría... ¡Y en el momento exacto del último suspiro me encendí en llamas!
Largas lenguas de fuego quemando en mis entrañas me obligaron a tensarme y flamear con la ondulación de las salamadras que bailaban alrededor. En un instante perfecto, mis brazos se extendieron y mis alas flameantes se estiraron en toda su maravillosa extensión y renací de mis cenizas, nueva, fulgurante y refulgente, ardiendo nuevamente en mi propia flama.
Dicen que las lágrimas del Fénix curan cualquier herida, también que poseen una fuerza sobrenatural.
Yo sólo sé que de ahora en más habita en el centro de mi espalda para que recuerde que a veces hay que romperse para descubrir qué guardábamos dentro.