jueves, 26 de agosto de 2021

Cuando caigan las últimas hojas de mi árbol…

 Cuando caen las hojas de los árboles solemos pensar, se aproxima el otoño, esa estación en la que la naturaleza comienza a adormecerse, a apaciguarse, a retraer la energía para enfrentar el invierno, la época en la que todo lo cálido se extingue para volver a la mínima expresión y desde allí aguardar el momento de retoñar.

Los árboles parecen poseer muchísima sabiduría sobre este proceso y los he observado cantidad de veces transitar este pasaje con una eficacia sublime. Cada cual con sus modos de desandar la vida parecen estar allí intentando que comprendamos algo de este circuito vital, se esfuerzan en mostrarnos a lo largo de los años cómo desandar este inexorable recorrido que se repite ciclo a ciclo. Ya casi son 58 los que he retoñado como ellos lo hacen, y en este retoñar, regresar, despertar cada año a mis propias primaveras seguramente mi cuerpo tal cual el tronco de cada especie ha ido sufriendo modificaciones, un nudo aquí, una hendija allá, algunas motas más oscuras en la superficie rugosa de la corteza, alguna arruga en la piel.

Y en este juego de saberme humana y sentirme árbol hoy me he sentado a mirar a mi alrededor intentando descubrir que tan lejos han llegado mis semillas, en que nuevos retoños me reconozco aunque sea un poquito, cómo son aquellos que han crecido al amparo de mis ramas, de la copa de mis pensamientos y las caricias de mis hojas.

Si el árbol supo dejar que caigan las hojas de sus ramas, supo apaciguarse y retraer su energía vital en cada otoño, descubre rápidamente que a su entorno han brotado nuevos árboles, que de algún modo pertenecen a su especie pero que no son iguales, son diversos en color, altura, grosor, formato de copa, cantidad de hojas… Y sin embargo juntos son bosque, son arboleda.

Me gusta pensar que algo de mí queda en los otros, algo de mi savia, de mi sombra, de mi cobijo. Me gusta pensar que he echado raíces pero que mis ramas siempre han apuntado al cielo, no sólo con la esperanza de llegar más alto sino también con el propósito de que a alguien le sirva de excusa para levantar la vista y observar hacia arriba. Me gusta imaginar que mis raíces irán poniéndose añejas y serán un espacio posible para que pequeños pies practiquen el equilibrio de caminar sobre ellas como solía hacerlo yo misma de pequeña en el ombú centenario de la plaza Martín Fierro.

Y cuando mis hojas caigan por última vez sueño convertirme en abono para enriquecer el suelo en el que otros árboles, otras vidas desandarán sus propias estaciones.

 

Maruxa

Escribir es traer al papel aquello que vive en tu imaginación

Escribir es traer al papel aquello que vive en tu imaginación, encontré esta frase entre mis decenas de anotaciones que aguardan seguir creciendo en trozos de papel, cuadernos empezados, Word de la notebook, y hasta en el block de notas del celular.

Cada vez que me reencuentro con alguna idea que había escrito se produce una extraña alquimia, es como si ese pensamiento pasado cobrara vida presente y disparara la posibilidad de gestarle un futuro. Ciertamente me sorprendo a mi misma trayendo nuevamente al papel aquello que había quedado archivado en algún sector de mi mente, como si mi imaginación tuviera un inmenso archivero lleno de pequeños cajones en los que se guardan párrafos de historias, lugares inhabitados, personajes llenos de polvo, ideas varias y frases que aspiran a convertirse en célebres pensamientos.

Cada escritor o escritora tiene su propio recorrido, sus propios rituales y sus propias fuentes de inspiración y que maravilloso es que haya tantos modos como escribientes. Cuántas veces me ha sucedido escribir un texto y no leerlo por mucho tiempo por diferentes motivos y de pronto al abrir un cuaderno viejo o una impresión que estaba guardada en un cajón me encuentro con aquellas palabras ordenadas en una oración, de un modo, con una estética y quizás con un sentir que ya no es el mismo y entonces resignifico el texto, me dejo sorprender y transportar a otro momento, otro lugar y otro yo. Hasta puedo jugar a retrucarme, desdecirme y replantearme cada idea, cada posición, cada posibilidad. ¿Les ha sucedido?

 ¿Y las cartas?, que triste que ya no nos escribamos cartas, que ya no nos encontremos sobres entre las hojas de un libro que hace mucho tiempo no leemos. Las cartas poseen esa magia de lo que ha sido registrado no solo por lo que se escribe sino porque generalmente llevaban la mágica impronta del puño y letra, esos garabatos que cobraban significado porque provenían de personas que conocíamos de algún modo.

Existen maravillosas colecciones de cartas que se convirtieron en entrañables libros y que nos invitan a descubrir lo íntimo de una relación epistolar en la que cada palabra tiene un peso especial.

Imperdibles las “Cartas de amor a Laura” de Pablo Neruda o “Grandes cartas de amor” de Manuel Do Santo en el que se pueden leer más de 50 cartas escritas por grandes personajes como Napoleón, Mozart, Virginia Wolf o “La última carta de amor” de Jojo Moyes que ahora la pueden ver en película en Netflix, aunque el libro siempre supera a la producción cinematográfica, conmueve desde el inicio hasta el final.

Por eso al releer que escribir es traer al papel aquello que vive en nuestra imaginación también podríamos pensar que en ocasiones es traer al presente lo que estaba guardado en el pasado.

¿Ustedes que traerían al papel?

 

Maruxa

Yo tengo el corazón mirando al Sur

 

Fue así, de pronto, terminaba de narrar unos mini relatos de Mario Benedetti a los que acompañé con las estaciones de Astor Piazolla y no sé si nuestro Río de la Plata al que absurdamente llamamos el charco, creció sobre la Avenida Corrientes y cual leche que se derrama se desplazó desde la costanera hasta Villa Devoto. Lo cierto es que una extraña nostalgia se apoderó de esta pluma de tinta azul, la que elijo cuando hay que escribir desde las entrañas, y sin preámbulos comenzó a resonar en mi cabeza el maravilloso tango de Eladia Blázquez, El corazón al sur.

El corazón al sur, el corazón al sur… Casi como la sístole y la diástole de los llamados porteños las frases repiqueteaban en mi pecho y en mi cabeza, porque yo tengo el corazón mirando al sur, a esta tierra forjada a base de tropezones y caídas, de golpes y contragolpes pero de una extraña fortaleza que nos hace resilientes de la vida.

No sé si la intensa mezcolanza de ADN nos hizo así, algo tangueros, algo gringos, algo aborígenes pero intensos como la misma peste diría mi abuela, caemos y no nos quedamos mirando el suelo porque levantamos la cabeza y allí en nuestro trozo de cielo está ella, la cruz del sur. Está la vastedad de la pampa y el desparpajo de la cordillera y los deltas y los valles y los glaciares imponentes y el faro del fin del mundo y nosotros, los habitantes de este suelo.

Y me invade un sentimiento que en ocasiones siento bastante colectivo, una cálida pertenencia, y ruego porque dejemos de mirar hacia el Norte o hacia el Este y concentremos la mirada al sur, con sus vientos de lucha, su cotidianeidad airada y a veces airosa, con su hacer artesanamente, esa capacidad obrera que heredamos de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros ancestros nativos, de los humildes del traste del mundo.

Eladia dice: La dulce fiesta de las cosas más sencillas…

Por eso creo que acá, en este cono de tierra, en este triángulo agudo que apunta al Sur y bien al Sur, las cosas tienen que durar, y nos aferramos como locos desquiciados a los afectos, a las creencias y a las viejas e interminables disputas, porque sólo así nos sentimos vivos.

 

Maruxa

 

 

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…

 

Así versa Antonio Machado en su poema Cantares, tan sabio y sencillo eso de pasar pero dejando huella, porque de eso se trata vivir.

Me pregunto cuántas huellas errantes y desorientadas vagarán por la tierra, cuántos pasaron casi sin darse cuenta a otros mares, otros cielos, otros bosques u otra nada aunque yo elijo las otras opciones en las que quiero creerlos transitando, pasando, navegando o surcando otros océanos. Es que duele pensarnos tan vulnerables, duele y sin embargo sucede, trasciende, atraviesa, rompe y raja familias, amores, amistades.

¿Cuándo perdimos el rumbo tan descabelladamente? Si lo nuestro es pasar, pero pasar haciendo caminos no destrozos, pasar sembrando mieses no sesgando la tierra, pasar marcando rumbos no consumiendo mundo. Estamos transitando un momento sin retornos, no podemos darle vuelta a lo que hicimos de nuestra casa, nuestro hogar, nuestro mundo, metimos mano en cuanto pudimos sin respeto, sin parámetros, sin otro, para otro, por el otro. Y acá estamos pasando por pasar, comprando por comprar, viendo por ver…

Es hora de reelegir los verbos con los que vamos a escribir nuestra historia, elegir con cuidado cada acción porque la palabra es justamente lo que nos hace diferentes o iguales, lo que nos permite construir o destruir, y ya que el verbo es acción yo elijo mirar en lugar de ver, escuchar en lugar de oír, apapachar en lugar de abrazar, acompañar en lugar de conducir. Crear y creer, soñar y concretar, hacer y sentir, empatizar y proceder, comprometer y cumplir, dejar y partir, PASAR, PASAR HACIENDO CAMINOS, CAMINOS SOBRE LA MAR…

 

 

 

¿Porqué nos marca un libro?

Hace días me ronda esta idea por la cabeza. ¿Por qué deja tanta huella una lectura, un libro, un poema?

Recuerdo que los libros fueron siempre una inmensa compañía para mí, hasta los que debía leer para el colegio fueron consumidos con enorme avidez y quedaban meses circulando por mis estados de ánimo, dibujando pensamientos y reflexiones que aún hoy vuelven a emerger tomándome por sorpresa.

Entre las muchas lecturas que imponía la secundaria estaban las obras de teatro, un género que ha desaparecido casi en la literatura actual. A mí me fascinaba introducirme en aquellas páginas en las que el autor describía el escenario, el ingreso y la salida de los personajes y hasta la intensidad con la que se debían expresar las palabras. Era como si pudiera ingresar en la mente del escritor y desde allí yo espiara con sus propios ojos la historia que se deshilaba acto tras acto.

De las comedias a las tragedias, de la sátira a los dramas pasaban uno tras otro los libros por mis manos, por mi lectura en voz alta, por mi mente inquieta… Hoy recuerdo especialmente aquel libro de Alejandro Casona, Prohibido suicidarse en primavera, quizás por aquello de que el personaje que desencadena la historia, el Doctor Ariel, preocupado porque los miembros mayores de su familia al llegar a la etapa de mayor madurez perdían las ganas de vivir y decidían suicidarse decide estudiar la “psicología de fatalista”.

Me roba una sonrisa recordar esa maravillosa mezcla entre lo trágico de quien se acerca tanto a una salida tan terrible como el hecho de que exista un lugar donde intentar rehabilitar a los pacientes o en el caso de fallar en el intento brindarle los medios necesarios para cumplir su propósito, un juego en los giros de la historia que aparece permanentemente mientras se desarrolla la obra. La humanidad a lo largo de su supuesta evolución se ha debatido una y otra y otra vez entre ambas miradas, la fatalista por un lado o la esperanzadora por el otro, esa dualidad que nos eleva o nos hunde según el momento de nuestras vidas.

¿Será que es la permanente búsqueda del equilibrio lo que nos provoca a levantarnos al día siguiente?, ésta pregunta y otras aparecen desde que recordé este libro y por supuesto no tuve otra alternativa que volverlo a leer. Y es que hay clásicos que no deberíamos olvidar porque ahora que se habla tanto de las emociones, del pensamiento emocional de los seres humanos, es un buen momento para recordar aquellos textos que abordaron desde el teatro aspectos de la vida misma.

Y creo que aquí o allí está la respuesta a la pregunta que inicia esta nota, un libro nos marca cuando nos toca con su tinta y nos despierta a sentir las más variadas emociones, amor, pasión, odio, miedo, angustia, risa, llanto, desolación, esperanza, dudas y certezas.

Los invito a hurgar los clásicos del teatro en castellano y a descubrir cuán actuales son algunas temáticas, se van a sorprender, se los aseguro.

 

PD: Si buscan recomendaciones sólo tienen que hacer un CLICK y dejar su opinión o consulta.

María Julia Rodriguez


Patria y literatura

 Y otro 25 de mayo que atraviesa el tiempo, me pregunto cuánto sabemos a ciencia cierta de nuestra historia tan joven y controvertida. La literatura ha puesto en juego muchas de sus tradiciones, algunas convertidas en leyendas, otras en cuentos, novelas, ensayos. Pero de los libros que han transitado mis manos refiriéndose magníficamente a tramos de nuestro pasado hoy particularmente quiero destacar dos, uno para niñas y niños de 6 años en adelante, Los cuentos de la tía Clementina y otro para jóvenes de hasta los 100 años, Misteriosa Buenos Aires.

Los cuentos de la tía Clementina son una serie de relatos frescos, coloquiales, cargados de rasgos de época y llenos de pequeñas situaciones que describe una nana mulata a su “amita” respondiendo a la interminable curiosidad que le despiertan los hechos de la reciente Buenos Aires. Estas historias se encuentran en el libro de Perla Zelmanovich, Efemérides, entre el mito y la historia. Su desarrollo generalmente parte de una pregunta que instala la niña Eugenia al momento de ir a acostarse e irrumpe en los recuerdos o las observaciones que Clementina tiene de los sucesos.

Cada vez que vuelvo a leer o contar alguna de estas narraciones vago entre la hilaridad del personaje central y las convicciones de una sociedad en plena transformación, muchas veces acosada por intereses extranjeros y siempre objeto de disputa entre los poderosos y los que intentan torcer destinos inexorables de dominación por parte de los poderosos.

En cambio con Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Lainez, me sumerjo una y otra vez en los recovecos menos explorados de lo que fue la primera aldea y posteriormente la naciente ciudad de Buenos Aires. Historias inquietantes, pobladas de misterio, magia y sombras que oportunamente ocultan los devenires de una vida por siempre dura, controvertida entre sumisiones y rebeliones, entre tradiciones señoriales y tradiciones primitivas, colmadas de personajes vastos y variados de los interminables estratos sociales que desde los inicios fueron fundantes para lo que hoy somos y no somos como argentinos. Ambos textos son un pequeño aporte para forjar algunos rasgos de identidad argentina en la Buenos Aires antigua, quizás si podemos volar en el tiempo valoremos lo que han hecho nuestros ancestros para forjarnos un porvenir como patria, porque hoy más que nunca deberíamos comprender el alcance de esta palabra como un maravilloso sustantivo colectivo.

Desde el 1500 hasta el 1900 este libro los sorprenderá a cada vuelta de página.

Tengan cuidado de no quedar atrapados entre sus misterios como me ocurrió a mí…

 

 

 

Leer para no morir, leer para vivir o vivir para leer.

 

En tiempos de pandemia cuando parece que todo el mundo tambalea y aquellas certezas que creíamos conquistadas se desvanecen en el aire, nos queda la lectura de un buen libro como recurso tangible.

Me pregunto que sería de aquellos que no suelen acercarse a la lectura si en lugar de una pandemia sanitaria sufriéramos una pandemia tecnológica. Si un virus maligno se colara por las venas de la informática y colapsaran los medios de comunicación. Si Netflix entrara en terapia intensiva y Amazon saturara a bajísima frecuencia. Si las fibras ópticas sufrieran una embolia, si los satélites ingresaran en una zona obstruida por cepas meteóricas y los televidentes además de perder el gusto y el olfato perdieran contacto con las emisoras.

¿Colapsaría la humanidad? Me gusta pensar que si todo esto ocurriera siempre tendremos los libros… Los gloriosos textos impresos, de tapa dura, de tapa blanda, de bolsillo o de edición clásica, los artísticos o los bibliográficos, libros, libros, libros.

Cuando me sumerjo en esta idea se abre una galaxia increíble e imagino a los iletrados descubriendo un universo de historias posibles e imposibles, pensadas e impensadas, listas para ser descubiertas como quien profana un tesoro o una tumba oculta entre las arenas del tiempo.

Así pasarían ante esos ojos ávidos y nuevos, joyas literarias, novelas, policiales, antologías, sagas, cuentos, obras de teatro y muchísimos otros modos posibles de transitar la lectura.

Para quienes quieran explorar este vasto universo van algunas recomendaciones de mi propia bitácora de viaje.

La saga de los confines – Liliana Bodoc

El plan infinito – Isabel Allende

Mujeres de ojos grandes – Ángeles Mastretta

El último encuentro – Sándor Márai

La mujer Habitada – Gioconda Belli

Eragon (La saga) – Christofer Paolini

Doce cuentos peregrinos – Gabriel García Márquez

Dictadoras – Rosa Montero

El corazón helado – Almudena Grandes

Misteriosa Buenos Aires – Manuel Mujica Láinez

Prohibido suicidarse en primavera – Alejandro Casona

La cola de la sirena – Conrado Nalé Roxlo