Hace días me ronda esta idea por la cabeza. ¿Por qué deja tanta huella una lectura, un libro, un poema?
Recuerdo que los libros fueron siempre una inmensa compañía
para mí, hasta los que debía leer para el colegio fueron consumidos con enorme
avidez y quedaban meses circulando por mis estados de ánimo, dibujando
pensamientos y reflexiones que aún hoy vuelven a emerger tomándome por
sorpresa.
Entre las muchas lecturas que imponía la secundaria estaban
las obras de teatro, un género que ha desaparecido casi en la literatura
actual. A mí me fascinaba introducirme en aquellas páginas en las que el autor
describía el escenario, el ingreso y la salida de los personajes y hasta la
intensidad con la que se debían expresar las palabras. Era como si pudiera
ingresar en la mente del escritor y desde allí yo espiara con sus propios ojos
la historia que se deshilaba acto tras acto.
De las comedias a las tragedias, de la sátira a los dramas
pasaban uno tras otro los libros por mis manos, por mi lectura en voz alta, por
mi mente inquieta… Hoy recuerdo especialmente aquel libro de Alejandro Casona,
Prohibido suicidarse en primavera, quizás por aquello de que el personaje que
desencadena la historia, el Doctor Ariel, preocupado porque los miembros
mayores de su familia al llegar a la etapa de mayor madurez perdían las ganas
de vivir y decidían suicidarse decide estudiar la “psicología de fatalista”.
Me roba una sonrisa recordar esa maravillosa mezcla entre lo
trágico de quien se acerca tanto a una salida tan terrible como el hecho de que
exista un lugar donde intentar rehabilitar a los pacientes o en el caso de
fallar en el intento brindarle los medios necesarios para cumplir su propósito,
un juego en los giros de la historia que aparece permanentemente mientras se
desarrolla la obra. La humanidad a lo largo de su supuesta evolución se ha
debatido una y otra y otra vez entre ambas miradas, la fatalista por un lado o
la esperanzadora por el otro, esa dualidad que nos eleva o nos hunde según el
momento de nuestras vidas.
¿Será que es la permanente búsqueda del equilibrio lo que
nos provoca a levantarnos al día siguiente?, ésta pregunta y otras aparecen
desde que recordé este libro y por supuesto no tuve otra alternativa que volverlo
a leer. Y es que hay clásicos que no deberíamos olvidar porque ahora que se
habla tanto de las emociones, del pensamiento emocional de los seres humanos,
es un buen momento para recordar aquellos textos que abordaron desde el teatro
aspectos de la vida misma.
Y creo que aquí o allí está la respuesta a la pregunta que
inicia esta nota, un libro nos marca cuando nos toca con su tinta y nos
despierta a sentir las más variadas emociones, amor, pasión, odio, miedo,
angustia, risa, llanto, desolación, esperanza, dudas y certezas.
Los invito a hurgar los clásicos del teatro en castellano y
a descubrir cuán actuales son algunas temáticas, se van a sorprender, se los
aseguro.
PD: Si buscan recomendaciones sólo tienen que hacer un CLICK
y dejar su opinión o consulta.
María Julia Rodriguez
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