Fue así, de pronto, terminaba de
narrar unos mini relatos de Mario Benedetti a los que acompañé con las
estaciones de Astor Piazolla y no sé si nuestro Río de la Plata al que
absurdamente llamamos el charco, creció sobre la Avenida Corrientes y cual
leche que se derrama se desplazó desde la costanera hasta Villa Devoto. Lo
cierto es que una extraña nostalgia se apoderó de esta pluma de tinta azul, la
que elijo cuando hay que escribir desde las entrañas, y sin preámbulos comenzó
a resonar en mi cabeza el maravilloso tango de Eladia Blázquez, El corazón al
sur.
El corazón al sur, el corazón al
sur… Casi como la sístole y la diástole de los llamados porteños las frases
repiqueteaban en mi pecho y en mi cabeza, porque yo tengo el corazón mirando al
sur, a esta tierra forjada a base de tropezones y caídas, de golpes y
contragolpes pero de una extraña fortaleza que nos hace resilientes de la vida.
No sé si la intensa mezcolanza de
ADN nos hizo así, algo tangueros, algo gringos, algo aborígenes pero intensos
como la misma peste diría mi abuela, caemos y no nos quedamos mirando el suelo
porque levantamos la cabeza y allí en nuestro trozo de cielo está ella, la cruz
del sur. Está la vastedad de la pampa y el desparpajo de la cordillera y los
deltas y los valles y los glaciares imponentes y el faro del fin del mundo y
nosotros, los habitantes de este suelo.
Y me invade un sentimiento que en
ocasiones siento bastante colectivo, una cálida pertenencia, y ruego porque
dejemos de mirar hacia el Norte o hacia el Este y concentremos la mirada al
sur, con sus vientos de lucha, su cotidianeidad airada y a veces airosa, con su
hacer artesanamente, esa capacidad obrera que heredamos de nuestros abuelos y
abuelas, de nuestros ancestros nativos, de los humildes del traste del mundo.
Eladia
dice: La dulce fiesta de las cosas más sencillas…
Por eso creo que acá, en este cono
de tierra, en este triángulo agudo que apunta al Sur y bien al Sur, las cosas
tienen que durar, y nos aferramos como locos desquiciados a los afectos, a las
creencias y a las viejas e interminables disputas, porque sólo así nos sentimos
vivos.
Maruxa
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