¿Qué será de la literatura con el
lenguaje inclusivo?
Pareciera que el mundo se ha puesto
divisionista, todo puede estar en un lado o el otro de la calle, de un lado o
del otro de la justicia, de un lado o del otro de las normas, de un lado o del
otro de la vida. Y sin embargo no existe otra verdad posible que la de
convivir, o sea vivir-con, pero en ese convivir es necesario respetar,
considerar, valorar e incluso generar lo común para ser comunidad sin borrar
las diferencias pero permitiendo la equidad.
Y como no puede ser de otro modo, el
lenguaje viene a cuestionarnos TODO, ¿Qué pasa con el lenguaje cuando de
nombrar un TODO se trata?, ¿A quiénes interpelamos cuando utilizamos el género
en una palabra que implica la totalidad de la población?
Todo comenzó mucho antes del uso de la
E como propuesta de contener en esa letra a todos los géneros, puedo remontarme
a la resistencia en los cambios en la lengua sólo con recordar que todavía hay
gente que prefiere decir “La Señora juez” o “La Señora ministro”, en vez de la
jueza o la ministra. Aquí en nuestra querida Argentina aún repercuten las voces
que debaten si era correcto enunciar como presidenta a quien ocupara ese cargo
durante 8 años, ¿Por qué no sostener “la Sra. presidente de los argentinos” en
lugar de” la presidenta de los argentinos”? Debo confesar que fue parte de mi
debate interno y que aún lo es, como escritora siento tremendo respeto por las
palabras, su poder y su impronta en el mensaje a transmitir. Sucede que hablar
puede resultar más sostenible pero escribir…
Escribir es inscribir, es grabar en, y
eso tiene un peso superlativo. Pero a medida que transcurre el tiempo y que el
uso de la E en lugar de la A y la O cobra sentido, las certezas se desdibujan y
comienza a palpitarse el lenguaje que va mucho más allá del idioma.
En el discurso de las y los jóvenes
aparece la justificación tan clara que nos arrasa, suelen decir: “al cambiar
las A y las O por las E ya no necesito suponer que el otro es varón, o mujer o
lo que sea, simplemente lo nombro, sin necesidad de identificarlo con un género
determinado”.
Sin embargo aparecen posturas un tanto
más rígidas que nos indican que el español diferencia entre todos y todas, pero
no existe la palabra todes. Ciertamente no aparece en el idioma pero sí
aparece en el lenguaje, entonces, a la hora de nombrar, de escribir, de decir,
intentar tapar con un dedo tremendo rayo de sol no sólo es una impronta
soberbia, sino que es una tarea imposible. Porque los pueblos hablan, cantan,
expresan y cuentan, así ha sido toda la vida y las instituciones parecen
olvidar la institución de la voz popular, la que no se acalla sino con
dictámenes dictatoriales.
Desde la literatura entonces ¿Cuál debe
ser la postura?, ¿Qué hace un autor o autora frente al dilema que se presenta
al momento de nombrar una totalidad?, en mi caso digo o escribo: los chicos la mayoría de las veces porque
me aferro a que no es por género e incluye a toda la serie de infantes pero
luego digo las chicas y los chicos o ¿Me tiro de cabeza a un mar de tinta y
escribo les chiques?
Confieso que cada vez que me siento a
escribir me paro ante ese dilema, porque una puede elegir cómo escribir pero lo
que no puede elegir ya nunca más es decidir cómo se nombra inexorablemente con
el lápiz, con tinta, en la computadora o en la Tablet, el vacío en la hoja te
interpela ¿Cómo los vas a nombrar?
Más allá de lo que me diga la academia
el lenguaje inclusivo no es la única manera de incluir grupos diversos, puedo
decir por ejemplo “Las personas que asistieron” en lugar de los asistentes o
“la humanidad” en lugar del hombre.
Cada vez más cuando lo pienso siento
que el lenguaje inclusivo funciona en gran parte como una marca de identidad,
así como algunos grupos se llaman hermanos y hermanas o compañeros y
compañeras, quienes se resisten a adoptar una visión binaria del género social,
eligen llamarse chiques, amigues o estimades.
Entonces ¿Qué autoridad tenemos los
escritores de literatura a juzgar lo dicho o escrito?, cada cual sabe si su
decir incluye realmente o no a todes. Quizás a algunas y algunos nos cueste más
escribirlo o decirlo aunque nos sintamos absolutamente inclusivos.
Sin importar que postura tomes, la
forma en la que hablas y la forma en la que ves el mundo están íntimamente
relacionadas, porque vemos el mundo a través de las palabras que usamos para
describirlo, y quizás para cambiarlo.
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