domingo, 27 de diciembre de 2020

Respiro para respirar

 

Son muchas las veces que me siento frente al teclado con mil y una frustraciones que desesperada vertería sobre la página en blanco, me lo propongo llena de sensaciones encontradas, casi desesperada por intentar comprender lo incomprensible o lo inconmensurable. Sólo rozar el teclado y ya comienza a producirse la alquimia, la transformación de aquello que invade por aquello que busca ser nombrado, entonces, silencio...

Suele suceder que cuando podemos nombrar aquello que nos pasa y traspasa se pierde la impronta de los impulsos desmedidos y la mayoría de las cosas empiezan a encontrar lugares donde posarse, así me sucede muchísimas veces, así me sucedía luego de una sesión de análisis a la que llegaba estallando en llanto con una mezcla de inexplicables contradicciones y por supuesto muchas flechas apuntando hacia algún culpable que me provocaba dolor, incertidumbre, furia, desazón, frustración y otros sentimientos desagradables. Bastaba con escucharme decir aquello para sentir casi lo mismo que les cuento al inicio de esta nota, nombrar los sucesos, descubrirme partícipe de ellos y encima poder "leer" en ese relato cuántas de las emociones eran provocadas por lo que yo esperaba que pasara y no por lo que el otro u otra accionaba comenzaba a diluir el motivo de mi llanto para dejar paso a uno más genuino, más auténtico, más mío y por ende mucho más sanador.

Aferrarme a la vida es en mí casi una necesidad primitiva, y cuando digo esto no hablo de sobrevivir, no, hablo de tomarme desesperadamente de lo vital, lo que construye, lo que me provoca respirar. Respiro cuando enseño, cuando cocino, cuando creo manualidades o artesanías, cuando canto, cuando acuno, cuando reparo cosas y cuando ESCRIBO, aunque a veces al borde de la falta de oxígeno por bailar también respiro. Me considero afortunada, la vida me confrontó de muy pequeña a la energía mortífera de mi madre y eso en lugar de hundirme me provocó patalear para salir a flote, a los tumbos, golpeada y amoratada, ahogada en llanto o en bronca, pero viva, siempre viva para seguir haciendo.

Hoy necesitaba escribir, una frustración estúpida, una desinteligencia, un desencuentro estaba volviéndome amarga, me congelé por un momento como en muchas ocasiones, pero entonces el golpeteo de las yemas de mis dedos contra las teclas de la notebook inició la famosa alquimia de las palabras, nombrar las penas, nombrar las broncas, nombrar lo que nos asusta o nos angustia parece calmar las marejadas de tristeza que me agobian en algunos momentos. Dejar de ver lo que otrx me hace para mirar lo que veo en ese otrx apacigua el ánimo y permite dar paso al pensamiento que propone la acción, así me sucede.

Mi analista muchas veces me dijo que a cada paso lo que hacía la diferencia era la elección que tomaba cada vez, esa capacidad que siempre tenemos a la mano pero que preferimos dejarla en las de otrx para poder continuar mecidos por la queja. 

Entonces intuitivamente me dirijo al diccionario, les confieso que es una práctica maravillosa, y busco antónimos de "queja":

Satisfacción, bienestar, consuelo, diversión, deleite, esperanza. Me quedo aquí y cierro la notebook.

Hasta pronto.


martes, 17 de noviembre de 2020

Docente hasta el final.

Que rabia incontenible, que impotencia, que fuerza visceral sube por mis entrañas cual lava ardiente a punto de generar el estallido de un volcán que lleva años de escuchar cómo se habla y deshabla sobre la carrera docente. 39 años para ser más exacta, empecé el profesorado con mis jóvenes 18 Sra. Soledad Acuña, corría el 1981 y trabajaba de 9 a 17hs.en una oficina del centro, salía de allí corriendo para llegar a horario al Normal N# 3 a la primera cursada del turno vespertino. Toda mi carrera la hice mientras trabajaba 8 horas para ayudar a parar la olla. 
No la cursé por baja cultura, tuve la dicha de ser criada en una familia humilde en extremo de la moneda corriente, pero rebosante de libros  pensamiento e ideales de libertad e igualdad.
Me acunó una abuela que huyó de la  España franquista, me crio un papá que sólo curso hasta segundo grado en Coruña pero que tenía un nivel cultural irrebatible gracias a su capacidad de autodidacta, con un "don de gente" del que Ud. carece irremediablemente.
Siempre supe que quería enseñar, siempre supe que quería escribir , siempre soñé que podría hacer con mis alumnxs un mundo mejor, otra vida posible en la cual el valor estuviera puesto en lo que sabemos hacer y no solamente en lo que certifica un título.
Hoy me pregunto cómo llegó Ud. a ocupar su cargo, si no ama la pregunta incipiente, la duda pugnante, la transgresión del que crea, la pasión y la razón en constante tensión, la lucha constante por los derechos de los sujetos, el poder irrevocable del error, la necesidad constante de la pregunta, la convivencia diaria con la inquietud, las decisiones éticas y políticas cotidianas... Esas que nos invitan a compartir las galletas en una panera para que las "melbas y las rumbas" convivan con las "criollitas y las maná".
Con su corta visión se da el lujo de hablar de lxs docentes denostándonos, generando dudas acerca de las posiciones que debemos tomar ante nuestras grupalidades, chuceando cual opinóloga barata a las familias para que denuncien a aquellos docentes que toman posiciones políticas ante problemáticas o contenidos de la sociedad. 
Me da vergüenza ajena, me indigna, me lastima, pero también me provoca, me subleva, me despierta y me pone en pie de lucha. Cuando quiera la espero, podemos hablar horas de lo que significa la docencia, de quienes la eligen y hacen de ella su razón y modo de vida. 


¡Orgullosamente maestra!

María Julia Rodriguez 

 


domingo, 16 de agosto de 2020

Infancia, niñez

 La infancia no es un lugar, ni un momento, ni una serie de comportamientos, ni puntos que se alcanzan en el desarrollo. La infancia para mí es un estado, un sitio habitable, un mundo de posibles infinitos que tiene un espacio tiempo de resguardo cada sujeto. Cuando nacemos desconocemos ese lugar, pero nuestros adultos cercanos lo empiezan a develar para cada uno de nosotros. Un abrazo, un acune, una nana, unas manos que giran sobre sí mismas, unos ojos que nos miran tratando de descubrir, de traspasar ese cuerpo que nos contiene para dejarse sorprender por lo que habita dentro. Y la magia comienza a despertarse, la inocencia, la sorpresa, la curiosidad infinita mientras exista un posible, las miradas y los gestos constituyen un lenguaje único que se establece en ese mundo co-creado. Luego se suman los otros que comienzan a construir diferentes estancias en ese lugar llamado infancia, y hay cuartos amorosos y otros terroríficos, los hay brillantes e iluminados, los hay oscuros y fríos. Pero la infancia tiene un escudo, una armadura invisible y muchísimo más resistente que ninguna aleación y protege, guarda, conserva, atesora aquellas experiencias que la conectan a lo vital, pulsa en la infancia un corazón incansable. Los que nos decimos adultos creemos que ya hemos pasado por allí y que es parte de nuestra historia, nada más, pero es la mentira existencial más grande sostenida por una cultura que lo impone, yo poseo una maravillosa llave que abre esa armadura llena de abolladuras y marcas, es la que pongo en acción cuando cuento un cuento. Los rostros se suavizan y la comisura de los labios comienza a curvarse acompasando una historia. Todos poseemos una llave para refrescar la infancia de los adultos que nos rodean y todos debiéramos tener siempre presente que los que ya la habitamos somos los responsables de cuidar y proteger ese espacio de cada niño para que tenga el tiempo y las condiciones necesarias para construir la suya, la propia. Yo asumí ese compromiso y convoco a que se sumen, si alguno o alguna olvidó como era utilice su propia llave para ingresar. Ahora que nos toca la tarea de ser guardianes de las de otros y otras niñas utilicemos nuestras estrategias para hacerlo. Cada niño y cada niña posee el derecho de sacar la espada de la piedra, la famosa Excalibur para reinar en su NIÑEZ con libertad y respeto. Conozco muchas mesas redondas en las que caballeros y caballeras se sientan a recordar los preceptos de la tarea, algunos se llaman a si mismo licenciados, maestros, mamás, papas, tías, abuelas, médicos e infinidad de títulos y nombres que se fueron acuñando a lo largo de los siglos, pero creo que en realidad esas mesas están compartidas por sujetos que no olvidaron su infancia y que en su nombre protegen las nuevas con alma y vida. 

Maruxa 

domingo, 29 de marzo de 2020

Un hoy, un encierro.

¡Es que se está muriendo mucha gente!, casi con desesperación me lo dice mi hija mirándome a los ojos en busca de una respuesta que no tengo. Hace ya un tiempo que extendió sus alas fuertes, luminosas, llenas de la quitina que las sostiene, pero hoy con inmensa tristeza las repliega, pareciera que quisiera volver a ser capullo. Capullo de mujer mariposa…
Alrededor pasa de todo y pasa nada, los que seguimos trabajando nos vemos sumergidos en una vorágine de compromisos, cumplir, llegar, pensar, producir, comunicar, conceptualizar ¡¿qué?!
¿Qué apuro tenemos? Nos resistimos a pensar que este no será nunca más un año común, no se puede recuperar este tiempo de encierro, pero puede no ser tiempo perdido.
¿La escuela? ¿el fútbol? ¿Los recitales? no hay objetivos que nos convoquen allí, se ha vuelto objetivo principal la conservación de la vida, la exaltación de la solidaridad, la práctica de la empatía, la comprensión y la lucha y el vecino de enfrente y nuestros hijos e hijas y nuestros viejos y viejas... Despacio, tranquilos, sin apuros, que la que nos corre es la muerte y no la vida.
Momento de resignificar el encuentro, momento de sincronizar con los otros. Como cada noche a las 21hs., esa cita que nos hace estallar en aplausos con un nudo en la garganta y las palmas abiertas para que resuene, para que replique.
La tecnología se ha vuelto un espacio tangible, impacta profundamente "tener una cita" por Meet, por Skype, por video llamada, pedirle ayuda a otro, aunque sea por este medio, escuchar otra voz... Escuchar esa voz, la que oíste en vivo por última vez ya hace más de 8 días.
Perder contacto con la mirada, la expresión del otro, sus guiños personales, esas señas que nos dicen cuánto los conocemos... Se extraña y mucho. Lo espontáneo, lo no pensado, el vuelo colectivo, la risa colectiva, la canción porque sí, esa que irrumpe cuando alguien llega guitarra en mano y de pronto todos estamos cantando.
Se escuchan miles de teorías, los opinólogos de siempre y los recién que están debutando hablan de conspiraciones, de guerras biológicas, de profecías cumplidas. No sé ni me importa si esto fue una conspiración, una prueba macabra de una potencia que pretende exterminar a los más débiles, no me importa porque si así fue algo les falló, salió mal… Sé que es una gran crisis y para muchos de nosotros las crisis en lugar de un tremendo abismo es una tremenda oportunidad de cambiar algo, alguito.
Nunca había hablado con mis vecinos de enfrente y desde mi 8° piso me encontré una mañana hablándoles, dirigiendo mis saludos y mis palabras a su terraza calle Campana por medio. Y deseo con toda el alma, ya no me alcanza desearlo con el cuerpo y la mente, que cuando esto pase recordemos, le demos una patada en el culo a la soberbia, y la mantengamos a raya entre todos, que mantengamos viva la memoria, no somos inmortales, el de al lado importa, si yo vuelo, tú vuelas, si todos volamos somos como las mariposas orando en el aire. 
¿Por qué digo que el vuelo de la mariposa es una oración? Porque cuando las ves volando en bandada tu mente se va con ellas, como cuando elevas una plegaria.
Porque orar es como ausentarse mentalmente y lograr introducirse en lo más hondo de nuestro corazón para que surjan los sentimientos que nos habitan, traerlos al presente, dejar que nos embargue la emoción de cada uno. ¿Importa que oración? Importa que sea colectiva, lo demás es puro misterio…
Sin duda este tiempo será parte de la historia, una historia en la cual artesanalmente fuimos tejiendo puentes... Animemos al otro y como supo cantar  Gustavo Cerati "Usa el amor como un puente"

sábado, 29 de febrero de 2020

Remontar el vuelo


En estos últimos días me levanto pensando sobre lo que me depara cada jornada y noto que algo viene modificándose en mi modo de afrontarlas. Serán los años, serán mis ganas, será el deseo inmenso de aprovechar el tiempo.
Cuando mi vida sufrió un vuelco inesperado creí que no podría levantarme, que me había jugado una mala pasada y que ya nunca volvería a ser igual y por suerte no lo fue, nunca volvió a ser como antes.
Los golpes mas duros también son oportunidades de cambio, de modificaciones y decisiones fundamentales para redirigir nuestros rumbos, modos diferentes de recomenzar el recorrido.
No fue fácil, fueron momentos muy duros, llenos de incertidumbres, pero también de certidumbres, de miedos y de fortalezas. No fue rápido ni inmediato, no fue sencillo ni fue dócilmente, fue trabajo y mas trabajo, sembrar y sembrar, luchar y luchar, contra otros y con otros, conmigo y con mis afectos, descubriendo relaciones que se fortalecieron y otras que se destruyeron.
Fue en esos devenires que me descubrí mujer mariposa y que descubrí cuantas somos volando por este planeta, creo que muy despacio y a golpe de cincel fui tallando otra mujer que, como la escultura en el mármol, ya estaba dentro de la piedra. Cada crecimiento, cada logro tuvo su precio porque aún no sé lograrlo de otra manera, me cuesta, se siguen jugando por allí culpas y repliegues, pero como la utopía mantengo al frente mi horizonte.
Así me encontré con este 2020 y con resistencia a retomar el modo doloroso de aprender empecé a buscar otros. Quizás sea esto lo que sucede cada mañana, quizás sea tener presente que me quiero propiciar días más felices, más llevaderos, más cercanos a lo que me provoca crecer, crear y compartir. Quizás mis 56 años de quinina además de cansancio y dolor en mis alas les hayan dado brillo y destreza en el lugar que antes se alojaba la fortaleza de la juventud. Sea cual fueren las razones agradezco el despertar de mis colores y la brisa de la expertez para remontarme con corrientes cada vez más cálidas.