Son muchas las veces que me
siento frente al teclado con mil y una frustraciones que desesperada vertería
sobre la página en blanco, me lo propongo llena de sensaciones encontradas,
casi desesperada por intentar comprender lo incomprensible o lo inconmensurable.
Sólo rozar el teclado y ya comienza a producirse la alquimia, la transformación
de aquello que invade por aquello que busca ser nombrado, entonces, silencio...
Suele suceder que cuando
podemos nombrar aquello que nos pasa y traspasa se pierde la impronta de los
impulsos desmedidos y la mayoría de las cosas empiezan a encontrar lugares
donde posarse, así me sucede muchísimas veces, así me sucedía luego de una
sesión de análisis a la que llegaba estallando en llanto con una mezcla de
inexplicables contradicciones y por supuesto muchas flechas apuntando hacia
algún culpable que me provocaba dolor, incertidumbre, furia, desazón,
frustración y otros sentimientos desagradables. Bastaba con escucharme decir
aquello para sentir casi lo mismo que les cuento al inicio de esta nota,
nombrar los sucesos, descubrirme partícipe de ellos y encima poder
"leer" en ese relato cuántas de las emociones eran provocadas por lo
que yo esperaba que pasara y no por lo que el otro u otra accionaba comenzaba a
diluir el motivo de mi llanto para dejar paso a uno más genuino, más auténtico,
más mío y por ende mucho más sanador.
Aferrarme a la vida es en mí
casi una necesidad primitiva, y cuando digo esto no hablo de sobrevivir, no,
hablo de tomarme desesperadamente de lo vital, lo que construye, lo que me
provoca respirar. Respiro cuando enseño, cuando cocino, cuando creo
manualidades o artesanías, cuando canto, cuando acuno, cuando reparo cosas y
cuando ESCRIBO, aunque a veces al borde de la falta de oxígeno por bailar
también respiro. Me considero afortunada, la vida me confrontó de muy pequeña a
la energía mortífera de mi madre y eso en lugar de hundirme me provocó patalear
para salir a flote, a los tumbos, golpeada y amoratada, ahogada en llanto o en
bronca, pero viva, siempre viva para seguir haciendo.
Hoy necesitaba escribir, una
frustración estúpida, una desinteligencia, un desencuentro estaba volviéndome
amarga, me congelé por un momento como en muchas ocasiones, pero entonces el
golpeteo de las yemas de mis dedos contra las teclas de la notebook inició la
famosa alquimia de las palabras, nombrar las penas, nombrar las broncas,
nombrar lo que nos asusta o nos angustia parece calmar las marejadas de
tristeza que me agobian en algunos momentos. Dejar de ver lo que otrx me hace para
mirar lo que veo en ese otrx apacigua el ánimo y permite dar paso al
pensamiento que propone la acción, así me sucede.
Mi analista muchas veces me
dijo que a cada paso lo que hacía la diferencia era la elección que tomaba cada
vez, esa capacidad que siempre tenemos a la mano pero que preferimos dejarla en
las de otrx para poder continuar mecidos por la queja.
Entonces intuitivamente me dirijo al diccionario, les confieso que es una práctica maravillosa, y busco antónimos de "queja":
Satisfacción, bienestar, consuelo, diversión, deleite, esperanza. Me quedo aquí y cierro la notebook.
Hasta pronto.