Horas sentada frente al mar, la mirada perdida en su cadencia, a veces suave, a veces envolvente, a veces bravía. Pensaba en su inmensidad, en su color, en su olor, en su imponente presencia, y hoy recordándolo se me antojó que el mar es como el reflejo de cada alma que lo observa, unas veces de agua cristalina por su manso tránsito entre la inmensidad y la playa como borde, otras veces translúcido revolcando arena y otros restos de su propio suelo y algunas veces opaco y arenoso por la furia con la que rompe el borde de su playa arrastrando cual lastre todo su pasado de rocas, seres y caracolas.
¿Será por eso que me quedo suspendida en el tiempo mirando el mar? ¿Será que cada día intento descubrir en él los sentires que me refleja?.
Como con la marea también mi mar interior trae y lleva, trae y lleva, trae y lleva, trae y lleva, trae y lleva.
Así sucesivamente recorro los más recónditos espacios de mi alma. He descubierto que a través de los años y mi crecimiento personal cuando trae por ejemplo recuerdos tristes del pasado los trae cada vez más pequeños, más pulidos, como las conchillas rotas, pero cuando los recuerdos son felices el pulido resalta el nácar que conservan dentro y brillan a la luz del sol. Y ¡guarda cuando arrastra lastre! esos días mi marea arrasa con playa y todo en una confusión de arena, conchillas, algas y otros componentes indescriptibles, pero como la marea, mi alma, cada vez que irrumpe cuando se retira deja lo que sobra, rompe lo que había avanzado demasiado cerca de la costa y vuelve a su plácido movimiento acunador.
Será por eso que cada vez que voy al mar me traigo esos restos de caracolas pulidas y nacaradas, porque amo rescatar restos de mi pasado feliz.
Será por eso que siempre les dije a mis hijas que esos eran amuletos que nos regalaba el mar, porque en realidad no soy yo la que los rescata de la playa, son ellos que me rescatan de la nostalgia.
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