martes, 8 de agosto de 2023

El proceso del águila.

 Parece una mañana cualquiera, estoy sentada en la mesa de un bar. Café cortado en mano ojeando mi celular me llega una publicación sobre las águilas y su proceso de renovación a sus 40 años. Proceso intenso, doloroso, que las lleva a refugiarse a solas en un lugar lejano. Cuenta el video que inician un proceso en el que deben arrancarse una a una las viejas plumas, renuevan sus garras y se les cae el pico para dar lugar a uno nuevo con la curvatura adecuada para poder volver a comer.

Durante 6 meses atraviesan esta transformación dolorosa, ardua, en la que concienzudamente trabajan para renovar fuerzas y dirigirse hacia sus próximos vuelos que serán menos, pues han transitado más de la mitad de sus vidas. Pero serán plenos en sabiduría y estrategias para las experiencias por venir.

Mientras escribo pienso en el ave fénix, ese glorioso animal quizás mítico, quizás real, que habita la literatura fantástica. La reflexión me lleva a resignificar estos procesos en los cuales una se enfrenta a sus propios finales para encarar sus otros inicios. Reiniciarse no es tarea para cualquiera, no lo es, es una epopeya que sólo los valientes podrán librar. No es sin miedo, sin dolor, sin angustia o sin pérdidas. Porque creo que la valentía en este caso se halla en la capacidad de enfrentarse a nuestros propios pesos. Aquellas plumas que otrora nos permitían volar en otros momentos de nuestra vida se han vuelto tan pesadas que hoy no nos dejan levantar el vuelo, pero en nuestro interior sabemos que, si podemos tomarnos un tiempo para "desplumarnos", aparecerá el nuevo plumaje, suave, lozano, brillante que nos acompañará en todos y cada uno de los últimos planeos que decidamos alzar.

Recuerdo entonces que hace ya unos años me tatué un fénix en el centro de la espalda allí en plena columna vertebral.  Pienso porqué lo hice en donde no puedo verlo y considero que fue para no olvidarme que aún aquello que no vemos habla de nosotros.

Quizás para recordar que no sólo somos lo que vemos frente al espejo y que de tanto en tanto hay que buscar el modo de mirarnos por detrás.  Me quedo pensando que el detrás es tan importante como el delante...

Creo que hoy a los casi 60 elijo iniciar el proceso del águila y que pronto mi fénix resurgirá de las cenizas para regocijarse en un vuelo rasante con una renovada águila personal.

Quizás sea mi nuevo tatuaje, aunque los verdaderos los llevo puestos y son invisibles para la humanidad, y es que en ocasiones me gusta sacarlos a relucir.

Si un día de estos ven grabadas en mi piel unas gloriosas alas de águila ya saben de qué se trata.

miércoles, 24 de mayo de 2023

ORLINDA, una mujer, una fortaleza.

 PALABRAS PARA LA TÍA ORLINDA (22/08/1930 - 23/05/2023) 


ORLINDA fue una mujer nido, una mujer en la que resultaba apacible acurrucarse ya que con ella siempre encontrabas abrigo, calor, protección y alimento, para tu panza o para tu alma.

ORLINDA fue también una mujer dragón, una mujer fuerte y poderosa que podía desplegar sus alas para alzar el vuelo, sobre todo cuando se trataba de proteger a la familia. ¡Ay quien osara lastimar a los suyos!, conocería inexorablemente el fuego de su coraje.

ORLINDA fue una mujer abeja, laboriosamente realizaba todas las tareas que asumía, incansable y tenaz. Prolija y efectiva

ORLINDA FUE una mujer mariposa, parecería frágil ante la mirada de alguien que no la viera en realidad, pero la quitina de sus alas y el valor ante los cambios de su vida la vieron y la verán levantar vuelo una y otra y otra vez.

ORLINDA fue una mujer oreja, su capacidad de escucha era infinita y su palabra precisa, amorosa a la hora de consolar y honesta a la hora de decir aquello que debía expresar.

ORLINDA tenía convicciones claras y supo amorosamente ponernos límites si creía que estábamos perdiendo el rumbo. Fue el amor en todas las expresiones, fue dura cuando tuvo que serlo, fiel hasta el último suspiro, franca, aunque doliera. La vida le puso incontables adversidades y pérdidas y a todas les hizo frente con una entereza que nos queda como legado.

Hoy al fin nos ha dejado de este lado de la vida para atravesar el portal hacia otro plano, allí seguramente estará de reencuentros. Aquí lloraremos su ausencia, pero SIEMPRE, SIEMPRE FESTEJAREMOS SU VIDA.



jueves, 26 de agosto de 2021

Cuando caigan las últimas hojas de mi árbol…

 Cuando caen las hojas de los árboles solemos pensar, se aproxima el otoño, esa estación en la que la naturaleza comienza a adormecerse, a apaciguarse, a retraer la energía para enfrentar el invierno, la época en la que todo lo cálido se extingue para volver a la mínima expresión y desde allí aguardar el momento de retoñar.

Los árboles parecen poseer muchísima sabiduría sobre este proceso y los he observado cantidad de veces transitar este pasaje con una eficacia sublime. Cada cual con sus modos de desandar la vida parecen estar allí intentando que comprendamos algo de este circuito vital, se esfuerzan en mostrarnos a lo largo de los años cómo desandar este inexorable recorrido que se repite ciclo a ciclo. Ya casi son 58 los que he retoñado como ellos lo hacen, y en este retoñar, regresar, despertar cada año a mis propias primaveras seguramente mi cuerpo tal cual el tronco de cada especie ha ido sufriendo modificaciones, un nudo aquí, una hendija allá, algunas motas más oscuras en la superficie rugosa de la corteza, alguna arruga en la piel.

Y en este juego de saberme humana y sentirme árbol hoy me he sentado a mirar a mi alrededor intentando descubrir que tan lejos han llegado mis semillas, en que nuevos retoños me reconozco aunque sea un poquito, cómo son aquellos que han crecido al amparo de mis ramas, de la copa de mis pensamientos y las caricias de mis hojas.

Si el árbol supo dejar que caigan las hojas de sus ramas, supo apaciguarse y retraer su energía vital en cada otoño, descubre rápidamente que a su entorno han brotado nuevos árboles, que de algún modo pertenecen a su especie pero que no son iguales, son diversos en color, altura, grosor, formato de copa, cantidad de hojas… Y sin embargo juntos son bosque, son arboleda.

Me gusta pensar que algo de mí queda en los otros, algo de mi savia, de mi sombra, de mi cobijo. Me gusta pensar que he echado raíces pero que mis ramas siempre han apuntado al cielo, no sólo con la esperanza de llegar más alto sino también con el propósito de que a alguien le sirva de excusa para levantar la vista y observar hacia arriba. Me gusta imaginar que mis raíces irán poniéndose añejas y serán un espacio posible para que pequeños pies practiquen el equilibrio de caminar sobre ellas como solía hacerlo yo misma de pequeña en el ombú centenario de la plaza Martín Fierro.

Y cuando mis hojas caigan por última vez sueño convertirme en abono para enriquecer el suelo en el que otros árboles, otras vidas desandarán sus propias estaciones.

 

Maruxa

Escribir es traer al papel aquello que vive en tu imaginación

Escribir es traer al papel aquello que vive en tu imaginación, encontré esta frase entre mis decenas de anotaciones que aguardan seguir creciendo en trozos de papel, cuadernos empezados, Word de la notebook, y hasta en el block de notas del celular.

Cada vez que me reencuentro con alguna idea que había escrito se produce una extraña alquimia, es como si ese pensamiento pasado cobrara vida presente y disparara la posibilidad de gestarle un futuro. Ciertamente me sorprendo a mi misma trayendo nuevamente al papel aquello que había quedado archivado en algún sector de mi mente, como si mi imaginación tuviera un inmenso archivero lleno de pequeños cajones en los que se guardan párrafos de historias, lugares inhabitados, personajes llenos de polvo, ideas varias y frases que aspiran a convertirse en célebres pensamientos.

Cada escritor o escritora tiene su propio recorrido, sus propios rituales y sus propias fuentes de inspiración y que maravilloso es que haya tantos modos como escribientes. Cuántas veces me ha sucedido escribir un texto y no leerlo por mucho tiempo por diferentes motivos y de pronto al abrir un cuaderno viejo o una impresión que estaba guardada en un cajón me encuentro con aquellas palabras ordenadas en una oración, de un modo, con una estética y quizás con un sentir que ya no es el mismo y entonces resignifico el texto, me dejo sorprender y transportar a otro momento, otro lugar y otro yo. Hasta puedo jugar a retrucarme, desdecirme y replantearme cada idea, cada posición, cada posibilidad. ¿Les ha sucedido?

 ¿Y las cartas?, que triste que ya no nos escribamos cartas, que ya no nos encontremos sobres entre las hojas de un libro que hace mucho tiempo no leemos. Las cartas poseen esa magia de lo que ha sido registrado no solo por lo que se escribe sino porque generalmente llevaban la mágica impronta del puño y letra, esos garabatos que cobraban significado porque provenían de personas que conocíamos de algún modo.

Existen maravillosas colecciones de cartas que se convirtieron en entrañables libros y que nos invitan a descubrir lo íntimo de una relación epistolar en la que cada palabra tiene un peso especial.

Imperdibles las “Cartas de amor a Laura” de Pablo Neruda o “Grandes cartas de amor” de Manuel Do Santo en el que se pueden leer más de 50 cartas escritas por grandes personajes como Napoleón, Mozart, Virginia Wolf o “La última carta de amor” de Jojo Moyes que ahora la pueden ver en película en Netflix, aunque el libro siempre supera a la producción cinematográfica, conmueve desde el inicio hasta el final.

Por eso al releer que escribir es traer al papel aquello que vive en nuestra imaginación también podríamos pensar que en ocasiones es traer al presente lo que estaba guardado en el pasado.

¿Ustedes que traerían al papel?

 

Maruxa

Yo tengo el corazón mirando al Sur

 

Fue así, de pronto, terminaba de narrar unos mini relatos de Mario Benedetti a los que acompañé con las estaciones de Astor Piazolla y no sé si nuestro Río de la Plata al que absurdamente llamamos el charco, creció sobre la Avenida Corrientes y cual leche que se derrama se desplazó desde la costanera hasta Villa Devoto. Lo cierto es que una extraña nostalgia se apoderó de esta pluma de tinta azul, la que elijo cuando hay que escribir desde las entrañas, y sin preámbulos comenzó a resonar en mi cabeza el maravilloso tango de Eladia Blázquez, El corazón al sur.

El corazón al sur, el corazón al sur… Casi como la sístole y la diástole de los llamados porteños las frases repiqueteaban en mi pecho y en mi cabeza, porque yo tengo el corazón mirando al sur, a esta tierra forjada a base de tropezones y caídas, de golpes y contragolpes pero de una extraña fortaleza que nos hace resilientes de la vida.

No sé si la intensa mezcolanza de ADN nos hizo así, algo tangueros, algo gringos, algo aborígenes pero intensos como la misma peste diría mi abuela, caemos y no nos quedamos mirando el suelo porque levantamos la cabeza y allí en nuestro trozo de cielo está ella, la cruz del sur. Está la vastedad de la pampa y el desparpajo de la cordillera y los deltas y los valles y los glaciares imponentes y el faro del fin del mundo y nosotros, los habitantes de este suelo.

Y me invade un sentimiento que en ocasiones siento bastante colectivo, una cálida pertenencia, y ruego porque dejemos de mirar hacia el Norte o hacia el Este y concentremos la mirada al sur, con sus vientos de lucha, su cotidianeidad airada y a veces airosa, con su hacer artesanamente, esa capacidad obrera que heredamos de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros ancestros nativos, de los humildes del traste del mundo.

Eladia dice: La dulce fiesta de las cosas más sencillas…

Por eso creo que acá, en este cono de tierra, en este triángulo agudo que apunta al Sur y bien al Sur, las cosas tienen que durar, y nos aferramos como locos desquiciados a los afectos, a las creencias y a las viejas e interminables disputas, porque sólo así nos sentimos vivos.

 

Maruxa

 

 

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…

 

Así versa Antonio Machado en su poema Cantares, tan sabio y sencillo eso de pasar pero dejando huella, porque de eso se trata vivir.

Me pregunto cuántas huellas errantes y desorientadas vagarán por la tierra, cuántos pasaron casi sin darse cuenta a otros mares, otros cielos, otros bosques u otra nada aunque yo elijo las otras opciones en las que quiero creerlos transitando, pasando, navegando o surcando otros océanos. Es que duele pensarnos tan vulnerables, duele y sin embargo sucede, trasciende, atraviesa, rompe y raja familias, amores, amistades.

¿Cuándo perdimos el rumbo tan descabelladamente? Si lo nuestro es pasar, pero pasar haciendo caminos no destrozos, pasar sembrando mieses no sesgando la tierra, pasar marcando rumbos no consumiendo mundo. Estamos transitando un momento sin retornos, no podemos darle vuelta a lo que hicimos de nuestra casa, nuestro hogar, nuestro mundo, metimos mano en cuanto pudimos sin respeto, sin parámetros, sin otro, para otro, por el otro. Y acá estamos pasando por pasar, comprando por comprar, viendo por ver…

Es hora de reelegir los verbos con los que vamos a escribir nuestra historia, elegir con cuidado cada acción porque la palabra es justamente lo que nos hace diferentes o iguales, lo que nos permite construir o destruir, y ya que el verbo es acción yo elijo mirar en lugar de ver, escuchar en lugar de oír, apapachar en lugar de abrazar, acompañar en lugar de conducir. Crear y creer, soñar y concretar, hacer y sentir, empatizar y proceder, comprometer y cumplir, dejar y partir, PASAR, PASAR HACIENDO CAMINOS, CAMINOS SOBRE LA MAR…

 

 

 

¿Porqué nos marca un libro?

Hace días me ronda esta idea por la cabeza. ¿Por qué deja tanta huella una lectura, un libro, un poema?

Recuerdo que los libros fueron siempre una inmensa compañía para mí, hasta los que debía leer para el colegio fueron consumidos con enorme avidez y quedaban meses circulando por mis estados de ánimo, dibujando pensamientos y reflexiones que aún hoy vuelven a emerger tomándome por sorpresa.

Entre las muchas lecturas que imponía la secundaria estaban las obras de teatro, un género que ha desaparecido casi en la literatura actual. A mí me fascinaba introducirme en aquellas páginas en las que el autor describía el escenario, el ingreso y la salida de los personajes y hasta la intensidad con la que se debían expresar las palabras. Era como si pudiera ingresar en la mente del escritor y desde allí yo espiara con sus propios ojos la historia que se deshilaba acto tras acto.

De las comedias a las tragedias, de la sátira a los dramas pasaban uno tras otro los libros por mis manos, por mi lectura en voz alta, por mi mente inquieta… Hoy recuerdo especialmente aquel libro de Alejandro Casona, Prohibido suicidarse en primavera, quizás por aquello de que el personaje que desencadena la historia, el Doctor Ariel, preocupado porque los miembros mayores de su familia al llegar a la etapa de mayor madurez perdían las ganas de vivir y decidían suicidarse decide estudiar la “psicología de fatalista”.

Me roba una sonrisa recordar esa maravillosa mezcla entre lo trágico de quien se acerca tanto a una salida tan terrible como el hecho de que exista un lugar donde intentar rehabilitar a los pacientes o en el caso de fallar en el intento brindarle los medios necesarios para cumplir su propósito, un juego en los giros de la historia que aparece permanentemente mientras se desarrolla la obra. La humanidad a lo largo de su supuesta evolución se ha debatido una y otra y otra vez entre ambas miradas, la fatalista por un lado o la esperanzadora por el otro, esa dualidad que nos eleva o nos hunde según el momento de nuestras vidas.

¿Será que es la permanente búsqueda del equilibrio lo que nos provoca a levantarnos al día siguiente?, ésta pregunta y otras aparecen desde que recordé este libro y por supuesto no tuve otra alternativa que volverlo a leer. Y es que hay clásicos que no deberíamos olvidar porque ahora que se habla tanto de las emociones, del pensamiento emocional de los seres humanos, es un buen momento para recordar aquellos textos que abordaron desde el teatro aspectos de la vida misma.

Y creo que aquí o allí está la respuesta a la pregunta que inicia esta nota, un libro nos marca cuando nos toca con su tinta y nos despierta a sentir las más variadas emociones, amor, pasión, odio, miedo, angustia, risa, llanto, desolación, esperanza, dudas y certezas.

Los invito a hurgar los clásicos del teatro en castellano y a descubrir cuán actuales son algunas temáticas, se van a sorprender, se los aseguro.

 

PD: Si buscan recomendaciones sólo tienen que hacer un CLICK y dejar su opinión o consulta.

María Julia Rodriguez