Parece una mañana cualquiera, estoy sentada en la mesa de un bar. Café cortado en mano ojeando mi celular me llega una publicación sobre las águilas y su proceso de renovación a sus 40 años. Proceso intenso, doloroso, que las lleva a refugiarse a solas en un lugar lejano. Cuenta el video que inician un proceso en el que deben arrancarse una a una las viejas plumas, renuevan sus garras y se les cae el pico para dar lugar a uno nuevo con la curvatura adecuada para poder volver a comer.
Durante 6 meses atraviesan esta transformación dolorosa,
ardua, en la que concienzudamente trabajan para renovar fuerzas y dirigirse
hacia sus próximos vuelos que serán menos, pues han transitado más de la mitad
de sus vidas. Pero serán plenos en sabiduría y estrategias para las
experiencias por venir.
Mientras escribo pienso en el ave fénix, ese glorioso animal
quizás mítico, quizás real, que habita la literatura fantástica. La reflexión
me lleva a resignificar estos procesos en los cuales una se enfrenta a sus
propios finales para encarar sus otros inicios. Reiniciarse no es tarea para cualquiera,
no lo es, es una epopeya que sólo los valientes podrán librar. No es sin miedo,
sin dolor, sin angustia o sin pérdidas. Porque creo que la valentía en este caso
se halla en la capacidad de enfrentarse a nuestros propios pesos. Aquellas
plumas que otrora nos permitían volar en otros momentos de nuestra vida se han
vuelto tan pesadas que hoy no nos dejan levantar el vuelo, pero en nuestro
interior sabemos que, si podemos tomarnos un tiempo para
"desplumarnos", aparecerá el nuevo plumaje, suave, lozano, brillante
que nos acompañará en todos y cada uno de los últimos planeos que decidamos
alzar.
Recuerdo entonces que hace ya unos años me tatué un fénix en
el centro de la espalda allí en plena
columna vertebral. Pienso porqué lo hice
en donde no puedo verlo y considero que fue para no olvidarme que aún aquello
que no vemos habla de nosotros.
Quizás para recordar que no sólo somos lo que vemos frente
al espejo y que de tanto en tanto hay que buscar el modo de mirarnos por
detrás. Me quedo pensando que el detrás es tan importante como
el delante...
Creo que hoy a los casi 60 elijo iniciar el proceso del águila y que
pronto mi fénix resurgirá de las cenizas para regocijarse en un vuelo rasante
con una renovada águila personal.
Quizás sea mi nuevo tatuaje, aunque los verdaderos los llevo
puestos y son invisibles para la humanidad, y es que en ocasiones me gusta
sacarlos a relucir.
Si un día de estos ven grabadas en mi piel unas gloriosas
alas de águila ya saben de qué se trata.