Cuando caen las hojas de los árboles solemos pensar, se aproxima el otoño, esa estación en la que la naturaleza comienza a adormecerse, a apaciguarse, a retraer la energía para enfrentar el invierno, la época en la que todo lo cálido se extingue para volver a la mínima expresión y desde allí aguardar el momento de retoñar.
Los árboles parecen poseer muchísima sabiduría sobre este
proceso y los he observado cantidad de veces transitar este pasaje con una eficacia
sublime. Cada cual con sus modos de desandar la vida parecen estar allí intentando
que comprendamos algo de este circuito vital, se esfuerzan en mostrarnos a lo
largo de los años cómo desandar este inexorable recorrido que se repite ciclo a
ciclo. Ya casi son 58 los que he retoñado como ellos lo hacen, y en este
retoñar, regresar, despertar cada año a mis propias primaveras seguramente mi
cuerpo tal cual el tronco de cada especie ha ido sufriendo modificaciones, un
nudo aquí, una hendija allá, algunas motas más oscuras en la superficie rugosa
de la corteza, alguna arruga en la piel.
Y en este juego de saberme humana y sentirme árbol hoy me he
sentado a mirar a mi alrededor intentando descubrir que tan lejos han llegado
mis semillas, en que nuevos retoños me reconozco aunque sea un poquito, cómo
son aquellos que han crecido al amparo de mis ramas, de la copa de mis
pensamientos y las caricias de mis hojas.
Si el árbol supo dejar que caigan las hojas de sus ramas,
supo apaciguarse y retraer su energía vital en cada otoño, descubre rápidamente
que a su entorno han brotado nuevos árboles, que de algún modo pertenecen a su
especie pero que no son iguales, son diversos en color, altura, grosor, formato
de copa, cantidad de hojas… Y sin embargo juntos son bosque, son arboleda.
Me gusta pensar que algo de mí queda en los otros, algo de
mi savia, de mi sombra, de mi cobijo. Me gusta pensar que he echado raíces pero
que mis ramas siempre han apuntado al cielo, no sólo con la esperanza de llegar
más alto sino también con el propósito de que a alguien le sirva de excusa para
levantar la vista y observar hacia arriba. Me gusta imaginar que mis raíces
irán poniéndose añejas y serán un espacio posible para que pequeños pies
practiquen el equilibrio de caminar sobre ellas como solía hacerlo yo misma de
pequeña en el ombú centenario de la plaza Martín Fierro.
Y cuando mis hojas caigan por última vez sueño convertirme
en abono para enriquecer el suelo en el que otros árboles, otras vidas
desandarán sus propias estaciones.
Maruxa